CRÍTICA  SOCIAL

Fuera de sí

La subjetividad se debe pensar a partir de su rasgo más actual: su propia fragilidad. La frustración, todo el peso de unos imperativos sociales abominables, esa impotencia que siempre tuvo un carácter destructivo y que hoy aparece en las noticias bajo los nombres más diversos, es la fatiga que hoy somos. A pesar de toda la fluidez que imponen las exigencias de adaptación, el capitalismo ya no puede seguir contando con tanto material humano. Le sobra material y le sobra humanidad, incluso esa humanidad frenética. Es así que la subjetividad actual está marcada por la amenaza de exclusión social.

La nuestra, la sociedad del trabajo, con todos sus miembros socializados bajo la premisa de la competitividad total, pierde la razón de ser de su nombre al ritmo que intensifica sus cargas. Tener un trabajo ya no basta para pertenecer a la sociedad del trabajo. Esta dependencia desnuda de la lógica social no compromete la ideología de la autosuficiencia, lo que se resiente más bien es la autonomía del individuo, su capacidad de poner en cuestión un orden social que destruye el propio vínculo social. En tanto que el mandato de la adaptación abarca al conjunto de la sociedad, esta falta de autonomía no solo la sufren los sujetos de las clases más vulnerables. Es así que las respuestas autoritarias que administrarán una exclusión permanente se impondrán con aceptación transversal. Solo en este sentido se puede hablar de un sujeto histórico, todos nosotros, el sujeto histórico del fascismo.

La tosca metafísica del determinismo se convierte en sociología razonable en el momento en el que el sistema de adaptación social impone el estímulo-respuesta como única ética. Antes de poder resistir hay que admitir que nuestro mundo se parece mucho a un reduccionismo consumado. La atomización social, procurada por la lógica del capital y captada en la sociofobia digital, es nuestro lugar no político. A este frágil vínculo responden las políticas de recomposición populistas, que tienen en la reunión bajo la autoridad —y no en la emancipación social— su único programa. La propaganda autoritaria busca, entonces, su resonancia en sujetos objetivamente impotentes, temerosos de la exclusión o cuya frustración haya acabado con la resistencia crítica que solo puede procurar un espacio verdaderamente democrático. Basta con abrir una red social para averiguar los caminos tan prometedores que abre el conformismo hostil. Salvar toda esa distancia nos parece empezar a resistir.

Porque retirarse a Internet es quedarse solo (sólo) en el lugar donde se concretan todas las fuerzas de separación social. Es necesario salir fuera de aquí. Se da allí (aquí) un confinamiento muy real de los individuos, aislados por los consuelos y las gratificaciones del entretenimiento. Incluso si el dominio técnico —consustancial al sujeto narcicista moderno— es menos reconfortante cuando del planeta se teme el siguiente espasmo, la subjetividad digital no puede salir de sí misma mientras no haya desconexión, mientras las imágenes compensatorias sigan fluyendo y las consignas del empoderamiento tecnológico repartan ilusión a precios populares. Llegada la ocasión, no se prevén cuestionamientos firmes a la manipulación genética generalizada, porque si bien el terror a la distopía entretiene a muchos ciudadanos, la compostura se recupera con apenas recordar que los recientes éxitos en biotecnología permitirán volver a consumir fuera de casa. Se dice, al parecer sin cinismo y con imágenes que son el reverso de la naturaleza entendida como pura provisión, que tal o cual logro técnico salva vidas, que «compensa» (¿qué compensa exactamente?). El fetichismo de la mercancía configura también la investigación y la atención médicas, por lo que las vidas humanas están a merced de un proceso social autorreferencial, sin ojos y sin ni siquiera maldad. Incluso en los conspiranoicos, esos ejemplares de fragilidad, alienta una esperanza humanista: la de que el orden social tuviera ojos, mala intención. Eso que el positivismo socialmente necesario llama la ciencia no está fuera de la lógica social a que obedece, por lo que del mencionado empoderamiento tecnológico podemos esperar todas las calamidades que deparará una sociedad militarizada bajo la consigna de la valorización del valor restante.

Si el capitalismo mantiene sus inercias, y en buena lógica fetichista no hay que esperar otra cosa, el autoritarismo que viene dirigirá su violencia contra los grupos sociales en torno a los se construyen imágenes de parasitismo. Una propaganda así, hostil o sonriente, indefinidamente rebotada por la socialización digital, procura la invisibilización del sufrimiento y la justificación de la violencia que hacen posible el fascismo. Si hablamos de fascismo, tenemos que hablar de sus víctimas: bien se trate del referido excedente de población sin oficio ni beneficio, bien se trate de los chivos expiatorios de un nacionalismo ad hoc, hay una sospecha de la que nadie quedará libre: la de ser una amenaza al orden social existente, una mera figura de la traición. El fascismo solo se consume con la aniquilación total: del primer optimista al último fascista.

Pero aún más peligroso que nuestro pesimismo es nuestro cansancio. Es necesario salir fuera de sí. La resistencia al fascismo, pero también el cumplimiento de la democracia, se relacionan con la autonomía crítica de los individuos. Recuperar estas facultades es, sin embargo, una tarea común, de ilustración. Toda la actividad teórica que nos puede ayudar en este empeño comparte una premisa: que el sufrimiento no se justifique filosóficamente, que la violencia aparezca en toda su infamia. Desde ahí, pero con objetivos muy modestos, queremos:

  • Compilar —sin una conciliación forzada— y reseñar el material crítico disperso, de manera que se puedan encontrar aquí los elementos para una crítica del fascismo y de sus condiciones de posibilidad.

  • Ilustrar, estudiando la propaganda, las técnicas de manipulación fascistas.

  • Poner a prueba la teoría por medio de la crítica de aquellos productos culturales que hayan alcanzado gran difusión.

  • Exponer las prácticas sociales que restan autonomía crítica, sobre todo aquellas que excitan el carácter autoritario. Repensar la técnica según su destructividad no se aleja de este objetivo.

  • Desvelar cualquier componenda teórica con la violencia y la reproducción del sufrimiento, poniendo el mayor cuidado a nuestra vez.

Ese nos parece el sentido genuino de un programa antifascista.


2023